La comida es uno de nuestros principales elementos de supervivencia, por tanto es inherente al ser humano.
Probablemente, más de una vez escuchaste a tu madre decirte que si no te comías la comida, no había postre. Es que es un hecho de nuestra vida cotidiana, pero que quizás debemos dejar de hacerlo.
Esto, porque al ligar los castigos y premios a la comida, nuestro cerebro va registrando esa información, normalizándolo. Según los especialistas, esta neuro asociación podría influir en la relación con la comida que tendremos a futuro.
Por esta razón, hay ocasiones en que cuando nos sentimos tristes, cansados, estresados o desanimados, recurrimos a la comida buscando algo que nos reconforte. A este vínculo se le llama hambre emocional.
Hambre emocional
El hambre o ingesta emocional es la conducta de comer en respuesta a estados afectivos. Normalmente, las personas que presentan este tipo de ingesta tienen dificultades para diferenciar el hambre con otros estados negativos.
Es por esto, que la comida les ofrece una solución rápida y momentánea para serenarse o distraerse, situación que se puede seguir replicando a lo largo de la vida.
Ya que las personas desarrollamos conductas aprendidas como respuesta a hechos placenteros o desagradables, la comida puede pasar a ser un regulador emocional. Con ello, es probable que también aparezca este hambre emocional.
¿Cómo puedo diferenciarlas?
El hambre fisiológica es el mecanismo que tiene nuestro cuerpo para alertarnos de que necesitamos más energía para realizar actividades cotidianas. Por otra parte, el arte emocional está más asociada a nuestro estado anímico.
Además, el hambre emocional se caracteriza por ser repentina y urgente, además, este tipo de impulso tiende a generar sentimientos negativos y requerir de comidas específicas.
El hambre fisiológica, por otra parte, es gradual y paulatina, además no es urgente, es decir, que puedes esperar para saciarla. Junto con esto, el hambre física se acaba al saciarte y no genera sentimientos negativos.