Una de las películas que se ha robado las miradas es La sociedad de la nieve, la cinta de J.A Bayona que se ha mantenido entre lo más visto de Netflix y es que este nuevo filme cuenta la dramática historia de los 16 sobrevivientes del accidente en la cordillera de Los Andes en 1972, tragedia basada en hechos reales.
Esta película se convirtió en la más vista a nivel mundial en 24 horas en la plataforma, teniendo un exitoso paso, no solo en España sino que en varios países de América como México, Uruguay, Argentina, Chile y otros de Europa.
Recordemos que La sociedad de la nieve estuvo nominada en los Golden Globes 2024 que se celebraron anoche, sin embargo perdió en su categoría de Mejor Película en Lengua Inglesa, aunque de todas maneras podría convertirse en la favorita de los Premios Oscar, ya que está preseleccionada como Mejor Película Internacional.
La historia de la cinta se remonta a 1972 cuando un grupo de deportistas uruguayos viaja a Chile, pero esta travesía se ve interrumpida por un grave accidente en el que sobreviven solo algunos.
¿En qué caso está basada la película La sociedad de la nieve?
Aquí en FMDOS te contamos todos los detalles de lo que ocurrió en ese año y cómo pudieron sobrevivir 16 personas luego de un fuerte impacto contra la cordillera de Los Andes.
Todo comenzó el 12 de octubre en el Aeropuerto de Montevideo en Uruguay, avión que el grupo de rugby Old Christians debían tomar con destino a Santiago, Chile, para unos partidos amistosos. Éste transportaba 40 pasajeros, 19 miembros del equipo, un grupo de amigos y familiares y los cinco tripulantes de la aeronave.
Ese día habían malas condiciones meteorológicas por lo que los pilotos se vieron obligados a aterrizar de emergencia en el Aeropuerto de Mendoza en Argentina.
Luego, al otro día, el clima no había mejorado, pero los pilotos decidieron despegar de todas maneras y es que era un trayecto corto. Sin embargo, el vuelo «entrañaba ciertas dificultades, ya que requería un ascenso muy rápido para salvar la altura de la cordillera andina y, una vez superada esta, descender deprisa para poder alcanzar sin contratiempos la pista de aterrizaje», se lee en un reportaje de National Geographic.
En este contexto es que el avión que trasladaba a los jugadores que inspiró La sociedad de la nieve, primero se le rompió un ala y después la otra, esto hizo que la aeronave se partiera en dos por lo que la cola fue despedida a centenares de metros junto con los pasajeros que iban sentados en esa zona. Mientras que la parte delantera se deslizó a toda velocidad por la montaña hasta detenerse.
Todo pronóstico en contra para los sobrevivientes de La sociedad de la nieve
En la primera noche, los jugadores tuvieron que soportar temperaturas de 30 grados bajo cero, esto junto al pánico, el miedo, el dolor y los cadáveres que habían dentro del avión. Sin duda, una lamentable experiencia.
Otro punto esencial fue la comida y es que con el paso de los días, iba terminándose y para la sed debían derretir nieve.
Pese a todo este negativo pronóstico, los uruguayos idearon un plan de organización, es decir, cada uno cumplía una función en específico.
De hecho, uno de los sobrevivientes, Gustavo Zerbino declaró que «las normas aparecían y se aparecían por sí solas. La primera norma, que nunca fue escrita, pero no se podía romper, era que estaba prohibido quejarse. No te podías quejar. Al que se quejaba no le hablabas, no le dabas agua, no le dabas de comer, no le masajeabas los pies… solo hasta que decía ‘perdón’ y empezaba de vuelta. ¿Por qué? Todos estábamos fríos, todos teníamos hambre, todos teníamos miedo, todos esperábamos a nuestra madre. Solo nombrar a una madre, decir tengo frío o decir algo que era redundante, era algo negativo».
Pero con el paso de los días todo fue empeorando y es que el hambre se hacía visible y ellos cada vez más débiles. Incluso llegaron a comerse la pasta dentífrica y a fabricar un «té de tabaco» con los cigarrillos.
La idea…
Ya cuando llegaron al décimo día en la cordillera de Los Andes, hubo algo que marcó un antes y un después y es que a uno de ellos se le ocurrió la idea de consumir las proteínas que necesitaban de la carne de los cadáveres de sus amigos y familiares, sino, morirían.
Pero esta decisión no fue fácil y es que se vieron enfrentados a un dilema espiritual. De hecho, Roy Harley, otro de los sobrevivientes recordó hace un tiempo que «tuvimos que tomar esa decisión y la tomamos; fue aceptada muy rápidamente por todo el grupo […]. Hicimos un pacto; si alguno se muere, nuestro cuerpo está a disposición del grupo».
«Le pedíamos a Dios desde lo más profundo de nuestro ser que este día no llegara, pero ha llegado y tenemos que aceptarlo con valor y fe. Y fe es que si los cuerpos están ahí es porque Dios los puso. Y si llega el día en que yo pueda ayudar a mis amigos con mi cuerpo, lo haría con mucha alegría», este fragmento de la carta que escribió Gustavo Nicolich a su madre y a su novia antes de morir, y que Gustavo Zerbino les hizo llegar tras el rescate, muestra el pacto de vida y amor al que llegaron aquellos jóvenes, a los que no importó ofrecer sus cuerpos sin vida a sus compañeros para ayudarles a sobrevivir, se lee en el reportaje de National Geographic.
Pese a tener comida, el 23 de octubre de 1972 todo tipo de esperanza para el grupo se rompió y es que escucharon por radio que la búsqueda se había suspendido y que se retomaría a finales de enero, es decir, los dieron por muertos.
A partir de entonces, comenzaron a racionar de mejor manera la comida e idear un nuevo plan. Sin embargo, la noche del 29 de octubre nuevamente ocurrió un desenlace fatal: un alud sepultó lo que quedaba del avión llevándose a ocho personas, por lo que ahora solo quedaban 19.
Tras esto, y con días de preparación, el 12 de diciembre Fernando Parrado, Roberto Canessa y Antonio José «Tintín» Vizintin salieron en busca de ayuda. «Escuchar que te decretan muerto, que ya no estás y que el mundo sigue sin ti, quita el dilema de si esperar el rescate o salir a caminar», recordó Canessa.
Cabe destacar que Vizintin regresó al avión tres días más tarde y los otros dos decidieron seguir a toda costa.
La luz al final del túnel
Nando Parrada y Roberto Canessa caminaron 10 días, ascendiendo a más de 4.500 metros de altura y justamente en uno de eso caminos vieron a un hombre, algo que alegró sus corazones y les dio la gota de esperanza que les faltaba: era Sergio Catalán, un arriero chileno que los llevó hasta su hogar.
¡Finalmente fueron salvados! Y ahora debían ir en busca de sus compañeros en la cordillera de Los Andes.
De esta manera es que por la radio escucharon los nombres de Parrado y Canessa. ¡Lo habían conseguido!
Luego de esto llegaron los helicópteros de rescate, a bordo de uno de ellos, Roberto Canessa quien iba dirigiendo a los pilotos para luego encontrar a sus amigos, a quienes devolvieron todo tipo de esperanza y que culminó en su rescate. La pesadilla llegó a su fin.