Muchas veces es un foco de burlas ser un adulto y seguir viviendo con los padres y, a psar de la mala connotación que tiene esto, cada vez son más los que extienden su estadía en la casa de sus papás.
Pero, hay una característica de la especie humana que nos demuestra que esto no es tan malo como se cree. De hecho, también es señal de un fenómeno social.
En comparación con otros primates, los periodos de crecimiento de los seres humanos se destacan por ser lentos. Un estudio editado por la Universidad de Harvard analizó este fenómeno y encontró que el desarrollo de nuestros cerebros necesita de tanta energía, que el cuerpo crear más despacio para compensarlo. Por eso la infancia y la adolescencia humana se extienden por periodos más largos que los de otros mamíferos.
De acuerdo con un análisis del Pew Research Center, cada vez es más común que los jóvenes adultos vivan con sus padres y por periodos más extensos. En 2016, 15 % de los estadounidenses entre los 25 y los 35 seguían bajo el mismo techo que el resto de su familia. Este porcentaje es casi el doble del mismo segmento de la población, pero en 1964 (8 %).
Entre más compleja y caótica es la sociedad, más tiempo necesitan sus habitantes para adaptarse a ella. Por eso es posible que sintamos que vivimos una segunda infancia al exponernos de frente al «mundo de los adultos».