Una de las terapias de moda en estos días para quienes luchan contra el stress y buscan un momento de paz, es pintar mandalas. Se trata de complejas figuras de influencia hindú y tibetana, que han adquirido un especial auge tanto en la meditación como en el uso personal y del hogar.
El arte de hacer mandalas y colorearlos también se ha abierto paso entre capitales ruidosas que no dejan mucho espacio para encontrar la tan anhelada tranquilidad. Estamos en una especie de «boom mandálico»: Terapias meditativas, libros, prendas de vestir y objetos para decorar el hogar son algunos de los artículos que se pueden conseguir hoy día alrededor en el país que llevan grabadas las figuras coloridas.
Estas figuras son complejas, generalmente circulares, provienen de culturas ancestrales como la hindú y la tibetana, en la que sus habitantes, -especialmente los monjes- para meditar, usaban arenillas de colores para crear los mandalas, proceso en el que podían tardar varias semanas, durante las cuales entraban en un estado parecido a la catarsis.
Luego procedían a borrar los mandalas como método de liberación. Según los expertos, funcionan como proceso de meditación, porque cuando se pinta un mandala la persona se reconecta con la esencia de su ser, se dejan atrás las cosas que perturban y, con la mente más clara y despejada, se hallan mejor las soluciones a los problemas.