Vivir la soledad puede ser un desafío cuando culturalmente las mujeres hemos sido educadas para estar acompañadas. Siendo este casi un propósito el conseguir un vínculo que acompañe cada momento de la vida.
Sigue leyendo la columna escrita por Paula Hormazábal, psicóloga clínica especialista en psicoterapia femenina y temáticas de género.
Se teme a la soledad cuando es tomada como una condena, por tanto, aumenta la ansiedad por conseguir compañía. Para las personas dependientes, el estar solas se convierte en una tortura debido a que la falta de amor a sí mismas las obliga a poner su presencia en un otro que la refuerce.
Actualmente el confinamiento producto de la pandemia ha obligado a muchas personas a estar solas sin quererlo. Viviendo de alguna manera estados de ansiedad ante la incertidumbre de no saber cuándo se acabará la restricción, por lo que sienten que están perdiendo la oportunidad de tener un vínculo afectivo que llene los espacios vacíos que no han sabido llenar con su propio amor.
Diversos estudios dirigidos a medir la salud mental en la pandemia de la Universidad del Desarrollo, demuestran que los niveles de ansiedad se han incrementado. Una de las causas es la multiplicidad de roles que las mujeres deben cumplir diariamente y también la «necesidad» de vincularse. Esto desde la psicología se conoce como soledad patológica, se trata de sentimientos negativos hacia sí mismo cuando las necesidades de vínculo no son satisfechas estando o no en una relación.
Aprender a relacionarnos con la soledad como una aliada
La soledad es necesaria para superar cualquier situación en el transcurso de la vida. Ella permite entrar en espacios introspectivos que reportan información valiosa acerca del mundo interno al cual no se accede habitualmente.
En este espacio nos encontramos temas no resueltos, podemos observar los verdaderos sentimientos frente a situaciones o personas. Comprendemos las experiencias dolorosas con la distancia necesaria que ayuda a observar detalles que estimulan la toma de decisiones, los cambios y los cierres de ciclos.
La soledad como aliada aporta en el encuentro de la autenticidad de ser uno mismo, por tanto, se experimenta un precioso momento introspectivo que nos prepara para asumir nuevas direcciones y desafíos.
Es el momento que nos permite sacar a la luz aquello que hemos negado por miedo, nos enfrentamos a nosotras mismas. Desenredando hilos infinitos de historia, de recuerdos que en la consciencia parecen inconexos pero que al darnos la tarea de observar nos damos cuenta de que explican muchas cosas.
La soledad nos regala momentos sagrados de intimidad, de silencio, de paz, nos conectamos con nuestra esencia a un nivel profundo. Cada situación que deseamos aclarar se nos muestra con la sublime naturalidad de quién los ve por primera vez. Recuerdos, sentimientos, emociones, afectos, miedo, tristeza aparecen como una oportunidad para ser abrazados por nuestra madre interna.
La soledad nos ayuda a entender que de nosotras depende curar el dolor de nuestras heridas. Nos evidencia la gestación de una reconciliación con nuestro verdadero poder y eso nos hace más sabias.
Oportunidades que nos trae estar junto a nosotras
Dejar de lado la inquietud, recobrando la paz interior, creando así un espacio seguro para cultivar la autoestima, basándonos en el respeto hacia los límites personales.
Abre posibilidades de desarrollo personal, otorgándonos tiempo para ello, de modo que la relación de lealtad con nosotras mismas se fortalezca.
El habitar la soledad de manera responsable puede transformar cualquier relación. Dado que empodera el respeto por la individualidad sana que aporta significativamente como complemento en cualquier vínculo sano.