Los celos son una respuesta de tipo emocional (como la envidia o la tristeza) por el temor o el miedo a perder algo material, pero sobre todo relacional, siendo los más típicos lo celos afectivos hacia la pareja, aunque existen también los celos entre hermanos, padres o, incluso, entre compañeros de trabajo.
Los celos pueden ser positivos y beneficiosos, siempre y cuando estos se presenten de forma normal y no patológica. Cuando esto ocurre, implica cambios en la conducta que pueden desembocar en irritabilidad, alteraciones del humor, ira o distintos grados de violencia; síntomas todos ellos que deben tratarse en una consulta psicológica.
El psicólogo Ángel Fernández Sánchez, de Grupo Laberinto Psicoterapia para la Salud, explicó a la Revista Hola!: “Sin embargo, los celos pueden ser útiles si le damos un sentido distinto. Así, una situación emocional puede estar poniéndonos en preaviso de que algo me está pasando (a mí, y no a la otra parte). Es un buen momento, si la situación es persistente, para revisarnos y ver qué nos está ocurriendo. Cómo podemos regular nuestras emociones, cómo podemos confiar y sentirnos más cómodos en la relación y en el mundo”.
Además aclaró que una relación de pareja no puede basarse en la desconfianza y estar alimentada por celos continuos.
¿Dónde se originan los celos?
El terapeuta recalcó en la importancia de trabajar los afectos y nuestros estilos de apego, como elementos claves a la hora de poder entender y manejar los celos. En este sentido, hay que entender que la naturaleza de los celos está relacionada con la forma en la que hemos sido educados emocionalmente en nuestra familia. “Las primeras relaciones con nuestros cuidadores son fundamentales para una auto-regulación emocional desde pequeños. Así, la sobreprotección o la falta de afecto pueden estar detrás de unos celos adultos”, añade.
- La sobreprotección y sus efectos. Cuando el papá o la mamá están siempre junto al bebé, controlando su conducta, pero no le otorgan un espacio suficiente para crecer de manera adecuada, no le están dejando, por lo tanto, que explore. En estos casos, se transmite una sensación de que lo que hay fuera es peligroso y que sólo se logrará estar bien si el niño se mantiene cerca de sus progenitores. Cuando esto pasa como padres, no estamos siendo sensibles a sus necesidades y transferimos nuestro estado mental al suyo (en este caso, el miedo). Este niño crecerá con cierta desconfianza a todo aquel que no le trate así. Por tanto, en una relación de pareja, cuando la otra parte no atiende sus necesidades emocionales como este espera que sean (es decir, como le trataron sus progenitores), puede degenerar en una situación de desconfianza al entender que no recibe el afecto que necesita. Este ejemplo es un escenario ideal para que surjan celos.
- La falta de afecto. Se da, por el contrario, cuando los cuidadores no están atentos a las necesidades del hijo, no saben regular sus emociones o no las atienden de manera óptima. Si esto es así, se genera cierta inseguridad y desconfianza con respecto a su figura de cuidado. En este caso, las relaciones afectivas se generarán siempre desde esta desconfianza. El dar y recibir afecto siempre será puesto bajo sospecha.
Fuente: RevistaHola!