La historia de Lorena Cantarovici, una joven argentina, comenzó en México, donde estaba viviendo y estudiando. Ahí decidió irse a Estados Unidos durante seis meses para juntar dinero y retornar al vecino país.
«Empecé a trabajar de forma inmediata de moza y me aprendí el menú de memoria. Al salir a la cancha me di cuenta que eran todos americanos y estaba en problemas. Denver no es «como Miami», donde uno puede comunicarse prácticamente en español», señaló la emprendedora al diario «La Nación».
Durante dos años trabajó en un restaurante de comida mexicana, y cuando terminaba ahí, se iba a su otro empleo, en un hotel que quedaba en la misma cuadra.
Esta contadora recibida de la Universidad de Buenos Aires (UBA) había finalizado un máster de mercadeo en México. «Con esos dos títulos, levantar una bandeja llena de platos después de un año y medio me dolía el alma», reconoció. Luego aprendió inglés , y encontró trabajo como administrativa en una empresa familiar.
«Empecé a ver el restaurante como un negocio. Al mismo tiempo, sin proyectarlo a largo plazo, empecé a hacer empanadas para vender desde mi casa para amigos», explicó.
«Al cuarto mes me llamó una compañía de catering que quería conocerlas y me pidió una orden de 60 empanadas», añadió. A 2 dólares cada una, con muy poco margen para hacerse conocida, las entregaba a domicilio. Con lo que ahorró, arregló el garage y compró dos hornos para cocinar de 100 empanadas. «Me quedé sin poder usar el aire acondicionado por cinco años porque necesitaba la electricidad para el garage», agregó.
Luego llegó la idea de abrir un local. «Por los casos de fracasos en gastronomía, los bancos se negaban a prestarme el dinero. En el estado de Colorado se abrían 357 locales por año y en menos de doce meses cerraban 184. Aún peor, las empanadas no son conocidas en Estados Unidos y no veían potencial en el negocio», explicó.
Una amiga y su suegra le prestaron el dinero para el alquiler. «Fue un comienzo difícil, con días en que no se facturaban ni US$ 30 y en los cuales los únicos clientes que entraban eran los que venían a pedir el baño», recordó.
Un día le hicieron una nota para la televisión y su suerte cambió radicalmente. Dos años después, pasaron del local original de 70 metros cuadrados a uno de 350 metros cuadrados. «Tuve que volver a plantearme si apostar todo o nada. Mis clientes se multiplicaban por el boca a boca pero había aprendido la lección de que la ubicación es todo para el negocio», señaló.
En abril de 2014 nació el local «María Empanada» y en septiembre de 2016 sumaron otra sucursal. «Piensan que mi nombre es María y mi apellido Empanada. Damos un discurso de casi un minuto para venderlas. Déjame contarte que es una empanada. Es una masa con 14 opciones de relleno, tenemos de carne, de vegetales y una vegana. También tenemos tartas, que parecen un quiche pero en vez de ser de huevos es de vegetales. La tortilla española es nuestro único producto sin gluten«, detalló
Lorena indicó que desde que comenzó con el local, la gente pide salsas. Ofrecen chimichurri y otras tres variedades. «Las cobramos extra porque la forma auténtica es sin salsa y con la mano. Lo mismo me pasa cuando me piden variedades con cilantro o semillas. No va a suceder, es cruzar una barrera» , concluyó.
Fotos: María Empanada / Instagram / Shutterstock