Nicolle Knüst, periodista, socia y cofundadora de Wunder Group.
Somos muchas las mujeres a nivel mundial que hemos caído en la trampa del Síndrome de la Impostora. De hecho 7 de cada 10 mujeres hemos experimentado al menos una vez. Una sensación de una profunda inseguridad, asociada a nuestras capacidades académicas y/o laborales.
Esta condición que nos afecta principalmente a nosotras. Se asocia a una incapacidad de percibir el éxito propio y a una sensación de falsedad frente al resto en relación a nuestras competencias. Todo esto, a pesar de ser muy inteligentes y capaces.
El Síndrome de la Impostora se trata de un trastorno psicológico, sin embargo, las mujeres que exhibimos este fenómeno no “encajamos” en ninguna categoría específica de salud mental. No obstante según los especialistas, los síntomas clínicos que se manifiestan con mayor frecuencia son: ansiedad generalizada, falta de confianza en una misma, depresión y frustración relacionada con la incapacidad para cumplir con los estándares socialmente impuestos de logro.
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¿De dónde viene el término Síndrome de la Impostora?
Este término fue acuñado por dos psicólogas clínicas en 1978, Pauline Clance y Suzanne Imes, de Atlanta, Georgia. Quienes después de llevar años trabajando con mujeres en psicoterapias individuales y focus grupales, coincidieron que sus pacientes no experimentaban la sensación interna de éxito. A pesar de que las caracterizaba dentro de otros atributos, tener un historial de grandes logros académicos y laborales.
En el análisis realizado por las psicólogas, en relación al entorno de sus clientas, pudieron observar que si bien estas mujeres sabían mucho de sus temas de expertise, tenían la autopercepción de que en realidad no sabían tanto. Lo que se traducía en un profundo miedo o incluso pánico que alguien se diera cuenta de que no sabían lo suficiente. La tendencia identificada por las expertas, es que esta sensación conducía a sus clientas a una hiper dedicación de las tareas en el ámbito en el que se desempeñaban. Llevándolas a un estado de sobreexigencia en todos los planos de sus vidas.
Frases tales como «No soy lo suficiente buena para estar estar aquí”, “debe haber algún error en el proceso de selección”, “obviamente estoy en este puesto porque mis habilidades han sido sobreestimadas”; son muy recurrentes en mujeres que hemos padecido de este Síndrome. “Las impostoras” tendemos a ser personas muy autoexigentes, tremendamente responsables. Porque desde nuestro punto de vista hay que hacer lo que sea posible para evitar que se descubra “nuestra falsedad intelectual”, que nos podría incluso -según nosotras- llevar a perder el reconocimiento en el campo profesional y familiar.
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¿Dónde está la raíz de esta problemática social?
El origen está justamente en la socialización de los estereotipos de género y cómo éstos se han reproducido en todos nuestros espacios. Permitiendo que este tipo de síndromes hoy sea cada vez más común entre nosotras, convirtiéndose en trampas en las que caemos en nuestras carreras profesionales o boicoteando nuestro camino. Incluso cuando muchas veces efectivamente hemos recorrido un proceso sensato para llegar a dónde queremos. Sin embargo, dudamos de nuestras competencias y de todo entorno a nuestros logros, porque nos sentimos realmente unas impostoras no merecedoras de tal.
La problemática se ha instalado en muchas de nosotras en edades muy tempranas, en donde hemos literalmente heredado exigencias y expectativas sociales, familiares y educacionales, que aprendimos e incorporamos como propias. Llevándonos a construir una fantasía de exitismo, que simplemente nos ha enfermado, normalizando roles irreales de “súper mujeres multitasking”. Constructos de mujeres súper capaces, que no requieren de amigas, que no requieren prepararse, que no deben fallar y deben de consentir una sociedad que se supone que espera de nosotras la impecabilidad.