Era la tarde del 6 de agosto cuando, como es de costumbre, los chilenos se pegaron a la pantalla para ser testigos de la gran lucha grecorromana que se iban a llevar a cabo en los JJOO. Un espacio en el que destacaría una gran figura entre los otros rostros a punto de presentarse: Yasmani Acosta, un deportista quien lo iba a dar todo para poder entregarle otra medalla de oro a nuestro territorio nacional.
Pese a que esto no fue posible (al enfrentarse con el legendario Mijaín López, quien alguna vez se encargó de entrenarlo), Yasmani nunca dejó de ser una estrella para Chile. Además de lograr la codiciada medalla de plata, Acosta ubicó a nuestro país como el segundo mejor de Latinoamérica en cuanto a rendimiento en los juegos parisinos. ¡Impresionante!
Sin embargo, su historia no es nada fácil. El luchador de 36 años tiene una gran historia detrás antes de haberse podido dedicar a su deporte. Una historia legendaria y admirable, digna promotora de que, efectivamente, «nada es imposible, ni una hu….».
La gran historia tras Yasmani Acosta
Yasmani Acosta nació en Cuba, y, desde pequeño, ya había demostrado su pasión por la lucha grecorromana. A través de los años, fue consolidando su lugar en el deporte, logrando un puesto en la selección nacional de su país. Sin embargo, esto también le significó ser compañero de Mijaín López, otra leyenda luchadora que, a través de los años, hizo retumbar su nombre en los comités olímpicos.
Ambos se hicieron amigos, al punto en que López se convirtó en su mentor. Sin embargo, sí había una inseguridad que aquejaba a Yasmani: el vivir bajo la sombra de su oponente. Un temor que hizo que tomase una importante decisión el 2015: erradicarse en Chile.
Su nueva vida la formó cuando llegó a nuestro país durante ese año junto al equipo cubano, en donde la agrupación buscaba un lugar en los Panamericanos de Toronto. Ahí, en vez de realizar el típico retorno a casa del lado de sus compañeros, Yasmani se escapó para quedarse en nuestro país y no miró hacia atrás. Sabía que si Mijaín seguía activo, nunca podría competir internacionalmente. Y, además, buscaba una nueva manera de ayudar económicamente a su familia, pues la situación en Cuba estaba cada vez peor.
Ni tenía papeles
«Tomar una decisión así, dejar tu país, tus costumbres, tu familia, es duro», explicó Acosta a Emol. «Una cosa es pensarlo y otra tomar la decisión. Cuando llega el momento de tomar la decisión, fue duro, porque yo sé que me sancionaban (el gobierno del país) por ocho años sin poder ver a mi mamá, a mi hermano, a mis seres queridos. Es difícil… Me despedí de ellos, salí con la maleta y me dieron ganas de mirar para atrás, ver la última imagen de ellos en la puerta de la casa. No tuve el valor. Iba caminando y en cada paso pensaba en querer mirar para atrás, no pude. Siento que si hubiese virado y los hubiese visto a ellos llorando yo creo que no me hubiese ido…», añadió.
Así fue cómo Yasmani Acosta se radicó en Chile, pero tuvo que pagar altas conscuencias. Por ejemplo, el castigo inmediato por parte de Cuba, el cual lo tildó de desertor y no le permitió ingreso a sus fronteras por un mínimo de nueve años. Además, tampoco tenía papeles inmediatos en nuestro país, por lo que, además de no poder entrenar profesionalmente en su deporte, tuvo que trabajar como guardia de seguridad un par de años. Época en la que su residencia nocturna eran los moteles.
Un giro positivo
El año 2018, Yasmani Acosta pudo nacionalizarse por gracia. Un logro en el que intervino Neven Ilic, presidente del COCh hasta 2017, quien fue clave para lograr que Cuba liberase al atleta.
Con el tiempo, el deportista destacó en su pasión: la lucha greccorromana. El año 2023, se consolidó como el bronce de los Juegos Panamericanos Santiago 2023, el título más importante de su carrera hasta el pasado 6 de agosto. El día en que marcó la historia chilena, y se llevó una medalla de plata en la edición de los Juegos Olímpicos París 2024.