Hace unos días estaba en Twitter – sí, para mi Twitter es como un lugar físico, donde está la gente que me cae bien, la gente que me gusta pelar, y gente que quisiera conocer en la vida real- y en medio de las peleas, los palos que algunos se tiran, y las grandes frases, me encontré con una pregunta que me dejó pensando: ¿qué recuerdan de su primer beso?
Leí muchas historias. Desde el incómodo choque de dientes, la ansiedad, historias hechas al pasar, muchos primeros besos regalados “para salir de la curiosidad”, besos robados en una fiesta, besos olvidables, expertos que descubrieron su capacidad en ese momento… algunos recordaban incluso la ropa que tenían puesta en ese momento.
Hay algo extraño en esos momentos definitorios de la biografía personal. O de la que se convierte en una historia de dos. Sobre todo, cuando has esperado mucho ese instante. Cuando alguien me gusta, me pierdo en anticipaciones. Me hundo en horas de intentar adivinar cómo será. La forma de los labios, la manera en que se acerca cuando conversa, la forma en que afirma casualmente las manos al pasar; las sonrisas precisas en una conversación que parece estar tomando otro camino.
Se van creando expectativas, junto con las eternas dudas y los avances o retrocesos de la conquista. Todo parece ser una señal. Todo es una excusa para acercarse al hablar. Cualquier palabra toma un tono de confidencia, y es fundamental compartirla en un espacio donde no cabe el resto. Todo el entorno se va reduciendo, de a poco, como si el ambiente decidiera que falta espacio y se crea una burbuja que aprisiona. No es una sensación claustrofóbica, es casi una anticipación que desde ahora en adelante, todo pasa acá. En esta burbuja. Nace un imán que se convierte en emperador de las fuerzas de gravedad que nos mandaban hasta entonces.
Hay algo que nos obliga a estar cerca. De repente las puntas de los zapatos se topan, torpemente, porque algo nos empuja a ocupar poco espacio, y no es necesario tampoco que exista más. Nadie se mueve para que crezca el diámetro de movimiento. De hecho si se da un paso atrás, todo lo conquistado se pierde. Y ahí estamos, a merced de las ganas, que se convierten en fuerzas físicas. La tensión sexual es así: obliga, nubla, entorpece los movimientos. Y en ese pequeño metro cuadrado estamos atrapados. Atrapados, en la mejor forma posible. Cuesta salir, es casi un acto físico cortar el aire y alejarse. Porque da miedo que todo ese territorio conquistado se pierda en un ademán. ¿Va a tomarlo como un rechazo? ¿Juega en contra dejar la burbuja? ¿Volveremos a habitarla, o esta relación no resiste los avances y retrocesos?
He aprendido a disfrutar de esas preguntas. He llegado a pensar que este avance y retroceso, con todo su juego, es de las mejores partes en una nueva relación. Cuando las expectativas llegan a su momento, cuando vemos si se cumplen, se sobrepasan, o nos traicionan, tendremos estos indicativos para consolarnos. Quizás ese espacio se nos hizo muy pequeño antes de tiempo, uno salió y al no volver, dejó todo en un “quizás”. Las relaciones que estiran ese ir y venir obligan a preguntarse si este juego vale la pena, si tiene un final, si será siempre un gallito donde uno quiere jugar pero nunca perder.
Pasar minutos pensando en cómo será ese primer beso es primaveral. El tema es, ¿cuántos minutos se pasa jugando con la expectativa, antes de desechar la posibilidad?