Ser soltera es más que un estado civil. Ser soltera es una forma de vida. Sí, a veces me da lata. A veces pido un cerro de sushi y para sentirme menos mal digo: «palitos para dos».
A veces me invitan a un cumpleaños de un ex y quiero ir, pero se vería un poco feo ir sola a sicopatear, y pienso que tener un +1 sería ideal para mirar sin levantar sospechas. También me pasa que me dicen «señorita» y no sé si ofenderme o celebrar que den por hecho que sigo siendo sola.
Ser soltera es un eterno riesgo. Porque no quieres amarrarte con nadie, pero te da miedo que nunca llegue la famosa media naranja, o que te enganches con alguien que sea un parche provisorio y después aparezca, a la vuelta de la esquina, con ese amor para siempre. El riesgo está en pedir poco, pedir mucho o quizás pedir lo imposible y no saber nunca cuál es la medida correcta.
Ser soltera es ser realista, y soñar con que se puede lograr algo más, de forma muy poco realista. Ser soltera es un privilegio, porque el amor puede estar en todas partes y, de cierta manera, es llevar una medalla de persona que no se conforma con poco.
Ser soltera es una apuesta. Y como todo lo que se apuesta, regala la posibilidad de ganar mucho. O perderlo todo. Ser soltera es aprender a quererse y a sentarse sola en un restaurante sin sentirse culpable por la silla vacía del frente.
Ser soltera es un estado incómodo para el resto, pero para quien lo vive, es el único posible. Es adictivo. Tan adictivo, que me da miedo que nunca más haya espacio para otra persona.