Está en todas partes: Marie Kondo y su método que ordena casas, cajones, clósets y en el proceso, ordena vidas. De haber tenido libros con su forma de ordenar, saltó a Netflix. Y desde su estreno, veo que salen más y más bolsas de basura desde las casas que me rodean.
Se ofrecen en Instagram “las cajas del método Kondo” y escucho a gente razonable hablar de eso de abrazar, agradecer y dejar partir prendas de ropa, recuerdos, películas, libros…
Dejar partir. Esa es la meta. Por lo tanto, en los principios de vida, Marie Kondo es el enemigo. Es mi némesis. Yo soy una persona que guarda ropa, porque tengo dos principios absurdos en la cabeza: “algún día seré tan flaca que esta bolsa de ropa volverá a servir”, o bien, “toda la moda vuelve. Esta mini volverá a estar en su mejor momento”. ¿Y los sentimientos? ¿Acaso no me cuesta desprender de ciertos sentimientos?
He hecho el ejercicio de abrazar ropa. Hay algunas prendas que tienen una historia; hay vestidos que fueron usados en momentos que quisiera borrar y después de estar castigados por un tiempo prudente, fueron exorcizados. Conversé con ellos -despacito, no quiero que me escuchen hablando con un vestido- y limpiamos nuestra historia. Y volvieron a ser favoritos. Un vestido café, comprado en liquidación, largo ajustado pero con los tajos precisos, fue mi favorito durante dos veranos. Está en una foto que mantengo en mi dormitorio, abrazando a quien fue muy importante para mi. Hasta que un día recibí una mala noticia que cambió todo, usando ese vestido. Dejé de trabajar en un lugar ese día. Me saqué el vestido y supe que nunca más podría usarlo: era la derrota. Según el método Kondo, ese vestido debería ser exiliados. Y yo no sé hacer eso.
Pasó un año. Volví a usarlo con temor, en un día en mi nuevo trabajo que era importante. Me miré en el espejo y conversé con el vestido: aquí vamos de nuevo, te doy otra oportunidad, conviértete en una capa de superheroína que me haga invencible a las peleas laborales. Nos reconciliamos. Hoy, lo uso para ir a un almuerzo con gente de trabajo. Porque ya es nuevamente uno de mis favoritos. Fue exorcizado.
Mi corazón es reciclador. Mi corazón es anti Kondo. Si fuera un clóset, estaría llenos de cajitas sin etiquetas, porque puedo encontrar lo que busco en mi caos. Existen recuerdos tristes, alegres, vergonzosos, humillantes, románticos, apasionados, confusos… esos recuerdos me construyen y me forman. Son míos. Yo los he construido. He peleado por años para que mi cerebro y mi corazón se pongan de acuerdo y la batalla permanente ha convertido a mi corazón en un lugar que sería la pesadilla de Marie Kondo. No me importa guardar recuerdos trizados, rotos, mal armados. Son míos. Me convierten en quien soy. Muchos dicen que para que llegue alguien nuevo a nuestra vida, hay que hacer espacio. No creo en eso. Creo que siempre hay espacio. Creo que este método es mi enemigo mortal. Nunca, nunca voy a limpiar de sentimientos ya pasados de moda este espacio que me enorgullece.
No voy a aplicar el método Kondo en mi corazón, y punto.