Lo mío tiene una sola explicación: el síndrome Pippa. Me refiero a la famosa Pippa Middleton, que tuvo la brillante idea de verse muy mina en el matrimonio de su hermana. Claro, la hermana de Pippa es Kate, se estaba casando con un príncipe, y te encargo la frustración de Pippa, que estaba ahí, en la fiesta más increíble del mundo. Pippa cayó en la tentación poco sana de hacerse notar. Con o sin querer, lo que todos comentaron de ese matrimonio fue el vestido de la hermana, que le armaba un trasero soñado.
Yo no caí en el extremo de vestirme de novia ni fui de blanco. OK, me veo muy bien, encuentro yo, o quizás tomarme seis copas de champaña en el brindis para nivelarme puede no haber sido una excelente idea. Aunque ahora que lo pienso, sí, lo fue. Esta sonrisa se logra sólo así. Esta valentía de mentira, que se va a esfumar en cuanto esté sobria, se agradece con el alma.
Estamos el novio, su amigo el señor Don Mauricio y yo, en el guardarropía. La señora que entrega las fichas no sabe que está en la mejor teleserie del año y la novia viene caminando con un micrófono. Tráiganle algo a este pobre hombre, que se va a morir. Está pálido. La novia se acerca, no se da cuenta que yo estoy, y el tal Mauricio me toma de un brazo y me saca del medio. Ella se para al frente del novio y va a empezar a cantar… pero se le activa alguna extraña antena. ¿Qué será que tenemos las mujeres que sabemos siempre de quién desconfiar? El novio la toma de la cintura, y la lleva hacia el salón, pero ella tiene los pies de concreto. No avanza. Yo, tiro culpa por los poros, tal como mañana saldrá olor a alcohol hasta en mis pensamientos. El novio la toma de la cintura como haciéndose el divertido –atroz, a mí me ha hecho ESO MISMO y me encantaba- y ella me mira, fijo. Camina despacio, mirando hacia atrás. A mí. Sospecha. Y yo, tengo cara de culpa. Siento que todos nos miran. Ella dejó de caminar. Él está muerto, pero no lo sabe. Ella camina hacia mi… horror, me quiero morir, no voy a volver a tener sexo con nadie hasta que el matrimonio esté coordinado por mis papás, pasarlo bien sale caro, pero tampoco me acuerdo si lo pasábamos tan bien… Auxilio, voy a morir y en las noticias me van a dejar como la mala mina que se va a meter al matrimonio del ex, y les juro que fue sin intención, o al menos eso creo…
- ¿Nos conocemos?– me dice ella, mientras se acerca a saludarme. Claro, nos conocemos, pienso, si es que alguna vez has sicopateado a tu actual marido y lo has seguido hasta mi casa, porque a mí en público nunca me han presentado… y tampoco me llevó a su departamento. Tengo mis sospechas de por qué…
- Cof cof– me hago la atorada para que pase algo. Lo que sea- ¡Mmm. Cof cof!– “Se llama Consuelo. La conocí porque es la ex arrendadora del estacionamiento. Vino conmigo– Diosito existe y se llama Mauricio. Me salvaron la vida.
- ¡Maravilloso! -Dice la novia, cero convencida. Me mira porque huele a una canalla. Yo asiento como perrito en el panel de un taxi. Frenéticamente– Un gusto, Don Mauricio. Que lo pase regio.
- Cof –agrego mientras le hago una seña para despedirme. El novio va como una cuadra más adelante. Está pálido, se quiere morir, y yo para ser más convincente, le doy la mano al caballero y él me abraza de la cintura. ¡Huele muy bien!
Me salvé. No me van a apedrear entre todos. Soy una invitada más, pienso, cuando veo que viene hacia el baño el sujeto que SI me invitó. Sonríe, caminando, hasta que me ve. Yo me suelto del abrazo pero, al parecer, es muy tarde. Me vio. Me vio y viene cero feliz. Avanza a pasos agigantados y hasta la novia lo sigue con la mirada.
Claramente, tengo el síndrome Pippa.