¿Se puede vivir la vida en cámara lenta? Sí, creo yo.
Sonó la marcha nupcial y todos en la Iglesia se pusieron de pie. Yo, que soy buena para emocionarme y siempre sentir que todos me miran, caigo en colapso por la taquicardia. Se va a casar. SE-VA-A-CA-SAR. Entre sus invitados, trato de esconderme, pero allá viene. Tarataán. Ella de blanco. ¿En serio? Con todo cariño y respeto, pero blanco radiante es publicidad engañosa. En fin. Y atrás, del brazo de una señora que sospecho es su mamá, viene él. Como cordero al matadero. Mentira, se ve feliz, pero a mí me sirve mucho más que no vaya contento.
¡Tiene mamá! pienso, y me doy cuenta que nunca -en su vida- me dijo nada de su vida. O quizás no lo escuché. Eso es lo bueno de las relaciones que no tienen proyección. No se sabe nada. Me siento un poco mal. Como hombre, puede ser. Ellos nunca escuchan… o eso es lo que nos enseñan los prejuicios. ¿Esa será la hermana? ¿Habrá otra ex? ¿Una en serio, de esas que le dicen tía a la suegra y que llaman cada cierto tiempo, por educación? Damn. Ahí viene. Stress, seudo desmayo, más taquicardia… no sé por qué, aplaudo
¡¿QUÉ ES ESO, ALDUNATE. PARA QUÉ APLAUDES?!
La gente se gira a mirarme y él zas, clava sus ojos en mi. Si quería pasar piola, objetivo NO logrado. La novia sigue viviendo su día de protagonismo y no se da por enterada de la teleserie épica que se vive alrededor. Sigue avanzando, se pisa el vestido, reta al papá que la lleva del brazo, todo muy en la tensión discreta.
Él me fulmina con la mirada. No está feliz de verme.
Me dan ganas de decirle «sorry, es que me invitó él y me tinca», pero interrumpirlo cuando va pasando por el pasillo en su matrimonio puede ser un poco fuera de lugar. Un poco.
Una hora más tarde, se acerca a saludar a la mesa y me dice «en quince minutos más, te espero en guardarropía».
Respiro profundo y entiendo que me lo merezco. Camino a encontrarme con él, y de nuevo, siento que todo avanza en cámara lenta.
Se casa un ex – Fmdos
Dos días atrás, me invitaron a un matrimonio para el fin de semana. De acompañante, porque la gente al fin entendió que es molesto ser la eterna invitada y nunca la novia. Debo ser la tercera opción del pobre hombre, porque estaba en extremo agradecido. ¿Sabrá cómo me pongo cuando me invitan?