El amor es mi peor borrachera. Me nubla todo, me hace tropezar, me empuja a decir cosas que por estrategia y con la cabeza en su lugar jamás siquiera insinuaría mirándolo a los ojos. El amor me entorpece. Hace que choque con las puertas cuando creo que estoy matando. Me transforma en una persona insoportable y para peor, me da la ilusión que soy el centro del mundo. De su mundo. Y ese trago que sé que va a caer mal se me mete entre ceja y ceja y aunque sepa que al día siguiente la resaca va a ser poderosa, prefiero perder otro pedazo de corazón y de hígado antes que quedarme con las ganas. Y paro de cuestionarlo todo y de escuchar mis sabidurías de cantina y dejo que el amor haga lo suyo. Que de nuevo me levante, me tenga mal y bien, contando los minutos para que se venga la maldita resaca cuando todo se acabe, sabiendo que el dolor que se viene es fuerte. Y el amor me sorprende igual y me deja sintiéndome débil, sin fuerzas. Adicta. Y juro que no pasará de nuevo.
El amor me deja con el peor hachazo. Igual que después de un carrete, me ducho y me asaltan los excesos como escenas de videoclip, con la resaca del amor aprieto play a los momentos cumbres y me sorprende lo cursi y lo entregada que soy a este horrible vicio, y escucho las cosas que soy capaz de decir por lograr una reacción favorable. Y me horrorizo. Y repito mil veces que nunca más, que lo dejo cuando quiero y que hasta cuándo con la autodestrucción; que ya estoy grandecita para seguir con los mismos errores de hace tantos años. Y si bien el amor no me hace abrazarme al water para recuperar la calma, me tiro al piso y todo me da vueltas. De pena y de rabia y de plancha. Porque enamorada digo de todo. Y claro, tengo que volver a dar la cara y se hace difícil. A veces una borrachera de amor me deja en cama por semanas. Y no hay sopa para uno ni sal de frutas que me reponga. Y odio el amor. Y me odio por ser tan adicta a sentir cosas. Y tal como a veces me mantengo lejos de los bares, dejo de mirar a los ojos a los hombres que conozco para no volver a estar al borde del precipicio. Y me pongo cobarde. Y trato de no exponerme. Pero en algún minuto el cuerpo empieza a pedir a gritos dolor, alzas, bajas y todo lo que implica volver a enamorarse. Y se me olvida en cosa de minutos todo lo que me costó sanarme de la última resaca. Y un par de meses después, estoy de nuevo tirada en el piso, pensando en fundar un grupo a lo alcohólicos anónimos, pero donde sólo vaya gente que entienda lo que es una resaca de amor. Gente a la que no tenga que explicarle mucho que no hay nada más doloroso que despertar con ese hachazo. Que no hay suficiente agua en el mundo que te deje con el amor propio nivelado después de esta resaca. Y juro que no me pasa de nuevo.
Y ni yo me creo.