Descubrí que nací para ser soltera. Lo descubrí cuando les conté a ustedes, hace una semana, que ser soltera es mucho más que un estado civil (revisa las palabras acá).
Habrá expertos que encuentren que creerse la muerte por comprar todo en porciones individuales es una señal de enfermedad mental. Yo me quedo con que es un orgullo asumir que no se necesita la media naranja para ser feliz. Que nadie va a llegar a completar mi vida, porque conmigo me basto. Aceptar eso, a algunos les toma dos matrimonios fallidos y una terapia semanal durante siglos. Al menos, mi plan auge con los after office me han enseñado lo que necesito: estar solo es una oportunidad permanente. Y si no estoy agradecida de eso, entonces no he aprendido nada en estos años.
Y así como estoy feliz de ser soltera, estoy sorprendida por la cantidad de posibles + 1 que leen esta columna. Ya no se puede conocer a nadie sin que me respondan «¿y vas a escribir de mi la otra semana?». Me encanta escribir sobre amor, pero me siento poco libre para vivirlo. Escribir de la aventura de encontrar alguien que valga la pena es uno de los grandes lujos que me ha regalado la vida. Pero… me cuesta escribir sin ser honesta y al mostrar lo que hay en mi corazón, juego con desventaja frente al resto. Claro, es como salir con alguien que tiene un manual de instrucciones sobre cómo tratarla. Y vivir preocupada de si me sorprende porque me conoce o porque leyó algo por ahí, me agota.
Me carga despedirme. Nunca he sabido hacerlo, no encuentro nunca la canción precisa, lloro y me veo atroz con los ojos hinchados. Por eso, prefiero desaparecerme. Porque quiero ver si viviendo bajo el radar, la vida mejora. Porque me merezco hacer el loco sin que nadie me pille. Porque decir adiós, dijo Cerati, es crecer. Y aunque no quiero crecer nunca, quiero dejar que la vida me sorprenda.
Lo más probable es que en cuanto decida no seguir escribiendo, me den más ganas que nunca de hacerlo. Pero quiero correr el riesgo. Quiero equivocarme, quiero saltar al vacío, quiero ver si gano o si perder en privado me gusta más que hacerlo en público. ¿Quién sabe?
Lo que sí sé, es que nunca es un adiós. Así como volví después de 6 años de silencio porque me lo pidió FMDOS, nunca se sabe cuándo se enciende de nuevo la batiseñal.
Porque, como ya lo dije, la soltería es un estado mental. Uno que a mí, me encanta (y me queda bien).