Caminar hoy por las calles de Twitter es complicado. Estamos polarizados. Por alguna extraña razón, escribir “feminismo” en alguno de los posteos es garantizar una ola de insultos -de hombres y mujeres, desgraciadamente- que se asumen como merecidos, por ser feminista.
Yo voy a marchar, mañana. Con mis dos hijas y con mis amigas. Con las hijas de mis amigas. Pero, al escribir esto, algunos leen en ello una invitación a insultarme: “no todos los hombres son violadores”, “feminazi”, “sacan las tetas al aire”, “destruyen las calles”, “hacen carapálida”, “te desconozco”, “te fuiste al lado oscuro”. Y no logro entender por qué conversar dejó de ser una opción en redes sociales.
No soy una teórica del feminismo. Pero tengo claro algo: ser feminista no es querer ser hombre ni menos odiarlos como género. Como dijo Dorothy Parker, “cualquier mujer que aspire a comportarse como un hombre, seguro que carece de ambición”. No quiero ser un señor que camina con corbata; simplemente quiero que se reconozca el espacio de las mujeres en nuestra sociedad. Porque llevamos muchos años ganando menos en los trabajos, esforzándonos el doble, lidiando además en ese delicado malabarismo que es ser una mujer que trabaja fuera de la casa, criando niñas, respondiendo en todos los frentes posibles, pidiendo ayuda, echando mano a las redes, pidiendo permiso cuando una hija amanece con fiebre o llama desde el colegio para avisar que sale más temprano.
Cuando empecé a trabajar, no habían mujeres a cargo. Las que fueron llegando a dirigir medios fueron abriéndonos la puerta a otras. Fueron creando un camino que entre todas las que seguimos, tratamos de seguir abriendo las puertas a otras. No se trata de traer mujeres solo por el hecho de serlo: he tenido jefes que han cultivado el talento femenino, que han entendido que hay otros desafíos y habilidades, que nos han dejado mostrar nuestros desafíos para que nos escuchen y seamos parte. Suena como algo pequeño, pero esas ayudas micro se convierten en macro cuando somos muchas las que empujamos juntas.
Soy feminista, porque así lo siento. He hecho casi toda mi carrera escribiendo para mujeres, sobre mujeres, por mujeres. He estado en medios donde nos hemos preguntado en voz alta si es justo que una mujer gane menos que el hombre cuando hace el mismo trabajo y tiene la misma responsabilidad. He conversado con muchas mujeres pioneras, y cuando me convertí en mamá, y nacieron dos niñas, sentí que ser feminista ni siquiera era opción, era mi obligación. Debía lograr para ellas un mundo mejor. No quiero que alguna vez en la micro mi hija deba sentir los genitales de un hombre rozarla, y que se sienta culpable, asqueada, asustada, como a todas nos pasó alguna vez.
Odio tener que decirle todos los días “Cuídate” porque es una niña libre, que usa shorts, que se ve más grande, y que no tiene conciencia de lo que puede generar en un enfermo. No quiero tener que explicarle -aún- por qué yo camino con las llaves en la mano, cada vez que salimos en la tarde: porque uso una entre los dedos, punzante, desde que tengo 14 años, por miedo a que alguien se nos acerque sin esperarlo.
Me van a decir que acoso sexual, violencia, y miedo al espacio público no tienen que ver con el feminismo. Pero yo quiero que mis hijas vivan en un mundo mejor al mío. Y mi camino, es este. Pedir más espacios, Potenciar mujeres, poner el punto de vista de género cuando estoy en una mesa donde se toman decisiones. Porque sé lo que cuesta sentarse en esa mesa y porque me he equivocado muchas veces al tratar de hacerle honor a ese privilegio.
Mañana 8 de marzo voy a salir a marchar. Con mis dos hijas. Les voy a demostrar que cuando las mujeres nos unimos, pasan cosas hermosas. Voy a mostrarles que debemos estar orgullosas de ser mujeres. Y que el miedo a salir a la calle, para su generación, no va ser un tema.