¿Será vejez, madurez, o exceso de tiempo libre, estar preocupada de las pestañas y cejas, cremas antiarrugas, productos para inflar los labios, en vez de andar comprándome ropa?
Hace unos meses salí, como toda esclava de la moda que se precie de tal, a comprar compulsivamente. La bota bucanera para las regalonas, el botín suela Monster High, la cartera con flecos, la bufanda del porte de la manta para hacer picnic, que requiere un cuello de jirafa para usarlo bien.
Dos fines de semana trotando por Providencia y Parque Arauco, hasta que completé mi kit fashionista para el otoño-invierno 2016. Y como la lluvia no se digna a venir, y además, ando obsesionada con que el frío me deshidrata y arruga… Me empecé a observar en un espejo. Fijamente. Y también, miré al resto. Y me alegré, porque al fin, ser cejona es socialmente aceptable. Gracias, Cara Delevingne por favor concedido.
Pasillos y pasillos de maquillaje dedicados a las cejas. Para más volumen, para rellenar, para delinear, tatuaje de cejas para quienes las tienen tipo «coma», tintura para las que tienen alguna cana. Fui a un mostrador de marca a comprar un fijador y salí con tantos accesorios para las cejas, como la primera vez que fui a un baby shower y me llenaron de regalos inútiles. En fin. Es la cara de cliente fácil de convencer.
Y acá estoy. Con quince minutos matutinos dedicados a las cejas. Y debo agregar, que en MI VIDA he escuchado que un hombre diga «me enamoré de ella por sus cejas bien perfiladas y sus pestañas crespas».
¿Habrá que reordenar las prioridades cosméticas, o sigo creándome necesidades que no tengo?