Tuve un cementerio de ex pololos en mi clóset. Suena del terror, y lo era. Hablo de los años en que las relaciones se construían en citas, y donde una sicopáticamente, iba guardando evidencias. La entrada al cine, en ese papel roneo celeste, que traía el número del asiento. Un papel de chocolate, un boleto de micro, una rosa secada entre libros… pequeños objetos que iban contando una historia.
Yo, que tengo la capacidad de encontrarle la emoción a prácticamente todo, iba guardando en cajas de zapatos todos esos pequeños pedazos de piezas que pronto se convertirían en un amor. La carta, la tarjeta, el cassette que te regalaban con canciones -lentos, digámoslo- y que cimentaban una pasión. Pasión adolescente, esa que uno cree que nunca se va a acabar, que nunca va a dejar de doler, que nunca se va a olvidar. Ahí estaban, mis cajitas. En mi primer departamento de soltera, el clóset cementerio se convirtió en un ítem. Una vez abrí la puerta y causé carcajadas -y miedo, supongo- de los presentes. Y así, entré en la segunda
Comencé a guardar, entonces, cajas para quienes no eran precisamente un amor: un hit and run, un “sorry, me equivoqué, pensé que había onda”; un amor platónico no correspondido… y ahí, entre cajas, estaba mi vida amorosa. Me daba cierto placer extraño abrir ese closet -el cementerio de los exs- y repasar nombres. Sí, lo he dicho: el amor es mi fútbol y hay veces en que leer los nombres me envalentonaba antes de salir de cacería a buscar a, próximo merecedor de su propia cajita sicópata.
Hasta que un día, me enamoré. Con escándalo, como me gusta y me acomoda a mi. Y a la semana estaba viviendo en su departamento. Iba al mío de visitar: a buscar ropa, a calentar mi fiel tarrito de cera para los bigotes, a respirar antes de armar una pelea innecesaria, a cantar desafinada, a ducharme por una hora y pensar tonteras, a hacer todas esas pequeñas cosas que se evitan cuando recién tienes a alguien nuevo, para que el hechizo del amor no se esfume. Y en esos retiros unipersonales de un par de horas, abría con placer la puerta del cementerio de los exs. Y leía sus nombres, a veces revisaba sus cajas, me reía con las historias que se escondían. Era mi prontuario amoroso. Hasta que ese amor se convirtió en algo serio y decidimos desarmar mi departamento. Y llegó el momento de abrir esa puerta y mostrarle a ese amor en serio quiénes le precedían: mi cementerio de exs.
¿Juntaban recuerdos de sus exs?
El hombre en cuestión tenía paciencia. Hay que decirlo. Pero, era un ser humano y me dijo que mi ropa, mis libros, mis cachureos, eran bien recibidos bajo su techo, pero el cementerio, no. Que fuera donde mi mamá, que arrendara una bodega, pero que ellos no se iban conmigo. Recuerdo que me enojé. Tenía 28 años y no tenía cómo adivinar que ese hombre se convertiría, dos años después, en una cajita más. Pedirle un espacio a mi mamá no era opción. Y como siempre tengo la convicción que cada amor es el último y definitivo, boté todo. Se acabó el cementerio. En bolsas negras fueron entrando los pequeños ataúdes emocionales, sin más ceremonia, y se fueron en el camión de la basura. Sentí que era un estupendo cierre a mis años solteros. Una despedida simbólica a las posibilidades.
Hasta que esa convivencia amorosa terminó. Y quien parecía ser el definitivo, se convirtió en una cajita de plástico, donde hoy están las fotos de los viajes, collares, un anillo, otros regalos, y un par de flores.
Pasé un par de años y conocí al papá de mis hijas y de nuevo di por cerrada la etapa de la conquista. Pero, con la sabiduría que dan los años, se fueron conmigo en esta aventura ciertos recuerdos que él jamás habría adivinado que eran pequeños trozos de anteriores relaciones. Un libro, un refrigerador -sí. Evolucioné y ahora me dejo de recuerdo hasta electrodomésticos- y muchas pequeñas cosas que hablan de otros exs en silencio. Vivimos años rodeados por unos cadáveres de exs y él nunca lo sospechó, siquiera. Nuestra relación terminó y no dejé recuerdos: teníamos dos hijas en común. No me imaginaba que fuera alguna vez a necesitar pruebas de esos años. Hasta que mi hija mayor me preguntó una vez por mis años de citas con su papá. Y decidí escribir esto.
En la era de la conquista por WhatsApp y por DM, muchas relaciones serían posibles de guardar imprimiendo pantallazos varios. Las fotos quedan en el iCloud del iPhone… Facebook insiste en recordarme cada cierto tiempo algo qué pasó en esos años, y lo que me sorprende, es que cada recuerdo de Facebook, es para mi una absoluta sorpresa. ¿Cuándo cresta pasó eso? Tengo que mirar la foto y a veces ni siquiera recuerdo. Otras, me río. Las vidas van quedando atrás. Mi memoria necesita esos pequeños ataúdes para recordar a mis ex parejas. la pregunta siguiente es: ¿quiénes son los que realmente se merecen ese uso de espacio físico?
¿Juntaban recuerdos de sus exs? ¿Cómo lo hacen ahora que la tecnología nos robó las famosas cajitas de zapatos?