En los últimos días, el debate ha estado centrada en el libro lanzado por la Municipalidad de Santiago,«100 preguntas sobre sexualidad adolescente». Seguramente en algún tiempo surgirá otra, ya que cuando hablamos de sexo y también cuando omitimos el tema también, es difícil que todos los poderes y egos se pongan de acuerdo o que alguno no se sienta amenazado. Pero ¡yo quiero agradecer esta polémica! Me parece más interesante lo que se puede generar a partir de analizar un tema como este, que de con quién o cómo se pone en practica alguna de estas preguntas.
Las personas a cargo de su elaboración han reiterado que este manual se plantea como único objetivo el responder a preguntas reales que se dan con una alta frecuencia entre jóvenes y adolescentes. Es decir: las preguntas existen y la información abunda. Y entre que busquen respuestas en la gran biblioteca sin bibliotecario que es Internet o lo hagan en un libro como este, creo que no hay por donde perderse. No hay objetivos más pretenciosos y no se busca remplazar a la educación sexual, que es una tarea de la sociedad en su conjunto, que hacemos por acto y por omisión, la cual va muchísimo mas allá de la mera entrega de información.
Valoro la iniciativa; valoro que en las respuestas no se planteen verdades universales y absolutas; valoro la inclusión de lo diverso y, por lo tanto, de lo humano; valoro que exista un capítulo completo dedicado a la afectividad como parte fundamental de una sexualidad rica y sustentable en el tiempo; y valoro la humildad del equipo de tomar las criticas respecto a respuestas deficientes.
Esta es una instancia interesante donde podemos poner el tema sobre la mesa y abrir el diálogo con los jóvenes. Se trata de trabajar colaborativamente más que negar o criticar. Y, tal vez, esta es una oportunidad para preguntarnos como sociedad por qué los jóvenes se preguntan lo que se preguntan.