Dentro de los factores que predisponen a las parejas a la infidelidad, está el hecho de que no se compartan sinceramente los pensamientos más íntimos. Unido al hábito de realizar comparaciones negativas.
Pero… ¿Cómo terminan estos síntomas iniciales del «virus del engaño» dando paso a concretar una infidelidad?
Para responder a esta pregunta resulta mucho más fructífero confiar en la ciencia que echarle la culpa a las imperfecciones humanas. Y en este sentido, el hecho de catalogar como “malas personas” a quienes cometen una infidelidad no contribuye a evitar los engaños ni consigue que se sanen las heridas.
Desde el principio, el sendero que conduce a la infidelidad viene a debilitar tanto las «paredes» como las «ventanas» de la relación. O así viene a describir la situación la psicóloga Shirley Glass en su célebre libro titulado “Tan solo amigos”.
Una de las características de las parejas que mantienen una relación estable y de larga duración, es mantener una ventana abierta para comunicarse entre sí, erigiendo al mismo tiempo muros que protegen su intimidad de las intromisiones del mundo exterior.
Ambos tienen sus vidas propias y experiencias ajenas a su relación. Sin embargo, cada uno de ellos lleva consigo, en su fuero interno, la seguridad de un refugio personal, basado tanto en su mutua intimidad como en su confianza recíproca. Pese a todo, cuando les invade el virus del engaño, las toxinas acaban por atacar su refugio sin que nadie se dé cuenta de nada.
Primer paso: La aparición de secretos en la pareja
Ese ataque vírico cobra mayor fuerza cuando los miembros de la pareja dejan de confiar el uno en el otro, circunstancia que determina que empiecen a guardarse en secreto determinadas cosas. El silencio puede empezar a instalarse.
Una de las circunstancias que expone a la pareja a una particular situación de vulnerabilidad es la del surgimiento de cambios significativos en la vida de ambos. Por ejemplo el nacimiento de un hijo, un trabajo nuevo o la ocurrencia de un acontecimiento traumático imprevisto como el fallecimiento del padre o de la madre de uno de los integrantes de la pareja, la aparición de una enfermedad o las dificultades generadas por un hijo problemático.
En esos períodos complicados, cuando uno de los componentes de la pareja está dispuesto a poner de sí, pero el otro parece haber «desaparecido» de escena, la decepción y la soledad acabarán por prevalecer.
Una vez que se instala el hábito de ignorar las emociones del otro, puede que traten de evitar el conflicto. Intentarán mantener al margen las cuestiones más espinosas, escondiéndolas bajo la alfombra hasta crear, como dice el poeta Robert Creely, «un enorme bulto bajo ella». Entonces comienzan a esquivar la alfombra misma, convertida ahora en una perfecta ocasión para el tropiezo.
Segundo paso: La inversión de los muros y las ventanas
El mayor peligro que acecha a la estructura arquitectónica de lo que el psicólogo John Gottman denomina «la casa de una relación sana» se produce cuando la infelicidad lleva a las personas a confiar sus desgracias a un tercero.
Con ese gesto, se pone a la “nueva amiga” o “nuevo amigo” al tanto de los problemas que se tienen en casa. De esta manera, en lugar de construir un muro de protección en torno a la pareja, se levanta un nuevo tabique de separación entre ambos. A muchos de estos «infractores» les resulta insoportable la idea de perder a esa nueva persona que les ofrece consuelo y conexión.
Por consiguiente, erigen un muro en torno de la nueva relación con el fin de mantenerla a salvo de su compañero o compañera inicial.
Tercer paso: La persona que engaña no solo manda de paseo a la relación, sino también a su pareja
Resulta casi inevitable que una vez que alguien ha decidido constituir una coalición con una persona externa, cambie la mirada que tiene respecto a la relación que ha venido manteniendo hasta entonces.
Se ha activado un interruptor. La preponderancia de los sentimientos negativos se deja notar. Y la persona que ha dado ese paso opta por repasar mentalmente la historia de su propia relación, centrándose principalmente en las cualidades negativas de su compañero o compañera, minimizando lo positivo.
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Cuarto paso: Se juzga a la propia pareja como no digna de confianza
Cuando se produce la inversión de las ventanas y los muros, convirtiendo así la relación en una casa insana, la pareja es víctima de una paradójica tragedia.
El «infiel» empieza a desconfiar de su compañero o compañera. Cualquiera tendería a pensar que lo más probable sería que sucediese lo contrario. No obstante, cuando se han analizado las interacciones de esas parejas, los resultados son claros.
El hecho de guardar un secreto produce el alejamiento de los miembros de la pareja. Y cuanto más distante se sienta el futuro infiel, tanto menor crédito habrá de dar a las palabras o las acciones de su compañero o compañera. Lo más llamativo es que el infiel en potencia juzga que es el otro el que se ha vuelto menos digno de confianza, a pesar de que él mismo sea el auténtico responsable del distanciamiento. Muchas veces se refieren a su pareja como una persona «egoísta».
Esto puede ser un mecanismo de defensa frente a la disonancia cognitiva que se experimenta en una situación así. Por ejemplo frente a la idea de que estoy casado o emparejado y al mismo tiempo me estoy enamorando de otra persona.
Quinto paso o la estación final: Se termina cruzando la línea roja
La persona potencialmente infiel se ve incentivada a relacionarse sexualmente con su nuevo compañero o compañera. Probablemente, existan tantos caminos hacia esa primera traición física como escenarios de infidelidad.
No obstante, el proceso que desemboca en el engaño tiende a ir de menos a más. Durante un tiempo, la gente va permitiéndose cruzar pequeños límites. Se empieza hablando de cuestiones íntimas o personales y se continúa después con distintas confidencias, con miradas directas a los ojos, con breves roces corporales —que finalmente empiezan a no ser tan breves—, con el surgimiento de fantasías, con la sensación de que han terminado por convertirse en una nueva pareja, y así sucesivamente.
No obstante, lo cierto es que el infiel pierde claramente la capacidad de amar a su primer compañero o compañera antes incluso de que la recién surgida relación adquiera tintes explícitamente sexuales. El debilitamiento de la intimidad emocional de una pareja ha dejado sin protección a la casa de la relación.
Sin embargo, esto no siempre implica que no se pueda volver a construir una nueva casa, con cimientos incluso más sólidos que los anteriores.