Conocí a Julio Rojas hace varios años, gracias a mi breve paso por el equipo de guionistas del área ficción de Canal 13. Ahí tuve el placer de trabajar con él, de escucharlo, de aprender, de entrar un poco en su cabeza, conocer sus procesos…
Y si tuviese que resumir en una idea cuál fue la impresión con la que me quedé, es que si hay alguien preparado en este país para estructurar y contar una buena historia, ese es Julio. Es un profesional extraordinario que merecía un espacio en el circuito literario nacional.
Cuando supe de la existencia El Visitante Extranjero, mi primera reacción fue de sorpresa, porque era increíble pensar que ésta fuese la primera, ¡primera! novela de Julio en toda su carrera. Su destacado trabajo como guionista –en premiadas películas como “Mi mejor enemigo”, “En la cama”, “La vida de los peces” y “La memoria del agua”– había colmado su tiempo para otros proyectos, pero ya era hora de que lo viéramos incursionar en la literatura. Era un paso lógico. Confieso que comencé a leer su libro con un tremendo prejuicio, y es que tenía la absoluta certeza de que me iba a gustar. No había otra posibilidad. Me senté de lleno a disfrutarlo, no a analizarlo ni calificarlo.
En ese sentido no soy el mejor ejemplo de lector pues yo partí convencida, no tenían que venderme nada, pero la propuesta ya era vendedora en sí: en la bullante época victoriana de Valparaíso, en 1889, unos misteriosos asesinatos obligan a la policía local a pedir la asesoría de Nolasco Black, un dentista forense, y las investigaciones llevan pronto a la posibilidad de que el famoso psicópata Jack el Destripador (ni más ni menos) haya escapado de Inglaterra y desembarcado en Chile para continuar la serie de macabros femicidios que ya habían aterrorizado a Londres tiempo atrás.
La idea es maravillosa pues combina elementos precisos: un ícono universal de la perversión como Jack el Destripador, el nacimiento de la ciencia forense en Chile y nuestro puerto querido como glamoroso escenario, que aunque suene fantasioso ocurre en un contexto histórico-social de nuestro país ampliamente documentado –y que el mismo Julio investigó por cuatro años–, lo que hace de El Visitante Extranjero una audacia absolutamente verosímil.
Pasé las páginas pensando constantemente “esto pudo ser verdad, esto podría ser verdad”, y el realismo aquí no sólo pasa por el contenido, sino por la estructura que Julio Rojas escoge para narrar la historia, que es un formato fragmentado cercano al epistolar.
A través de anotaciones, partes médicos, certificados navieros y algunos diarios de vida, conocemos al evidente protagonista, Nolasco Black, un dentista apasionado por su ciencia y determinado en encontrar al asesino, si bien atormentado por ciertos traumas –lo que añade complejidad y lo hace muy interesante–, pero tras él se vislumbra que el misterio de El Visitante Extranjero es un misterio coral, pues tenemos acceso al pensamiento y palabra escrita de varios de los personajes, incluso de las víctimas. Un montón de puntos de vista que no se enredan sino encajan, empujan al lector a una suerte de síndrome de “Juego de Tronos”, con el temor de que el personaje más querido será el próximo en morir y terminaremos odiando al autor, pero es imposible odiar a Julio, no después de tamaña entretención que nos está regalando.
La prosa es magnífica, la descripción de época es envidiable y todos los momentos de ciencia dura están puestos con pinzas para que el lector no se pierda, sino sólo disfrute. Es una novela que se lee muy rápido y no se puede soltar. Celebro con entusiasmo que Julio Rojas haya decidido compartir su talento ahora en la literatura, y espero de corazón que este libro sea el primero de muchos, ojalá más con Nolasco Black como protagonista, aportando inteligencia y elegancia al desarrollo del género en Chile.