Una cosa es estar en pareja, pero otra, muy distinta, es tener un pololo virtual. Ese que acompaña, escucha, celebra hasta las comas en los chistes fomes. El hombre que es el marido del día a día.
Todos tenemos un amigo al que se le cuenta todo lo que jamás se le confesaría al pololo. ¿Amo a Ryan Gosling? No le voy a contar a Mauricio. Va a pensar que tengo 13. ¿Quiero llorar porque alguien me trató mal? No puedo interrumpir sus reuniones para lloriquearle. Sí, puedo mandarle un mensaje a mi eterno Fede y audios y gifs y pelar por Twitter sin poner arroba. Todos necesitamos esa relación de confidentes absoluta, pero no sé si estoy mal con tenerla fuera de mi relación de pareja estable.
¿Se puede considerar eso como una infidelidad?
Según yo, tener un mundo propio, amistades, complicidades, es lo lógico en la vida. Tener amigos distintos: el grupo del colegio, el de la Universidad, el del pelambre y tener un partner con quien puedes ser todo lo mala persona que quieras ser. A veces creo que si le muestro a Mauricio que soy así de peladora, me va a encontrar tóxica, y no va a entender que es un ejercicio de maldad creativa.
A veces envidio a Kim Kardashian que es capaz de todo, por defender al tóxico de su esposo. Que se organiza para hacer quedar mal a la enemiga, con tal de ser la amiga más íntima de su pareja.
¿No deberíamos tener un amigo muy yunta fuera del pololeo, un espacio para arrancarse los sábados a la peluquería o almorzar con la familia sin que haya malas caras?
Como sea, para mi es un tema a discutir. No sé si podría preguntarle alguna vez a Mauricio si es que está celoso de Fede y viceversa. Aunque me encantaría, la vida no es una teleserie y lo más probable es que me encuentre agotadora y paranoica. Y eso, sí que no.
Por lo menos, por ahora.