Crecí escuchando historias de amor en las canciones. Desde siempre he escuchado de amor intensos, de desilusiones que te dejan bramando… Amanda Miguel, Camilo Sesto, Dyango… o la misma Raffaella Carrá; después, Luis Miguel, Ricky Martin, Chayanne… esas canciones que hablan de amor desgarrado. De ese que pide justificaciones para seguir viviendo, cuando el amor se acaba.
Por culpa de las canciones, vivo convencida que hay amores que definen la vida. Amores que despiertan las piedras. De esos que te cambian por dentro y por fuera. Amores que transforman una vida común y corriente, en una historia épica, digna de ser seguida.
Sí, creo en el amor escandalosamente fuerte. Pero hay un concepto que siempre me ha hecho ruido: la famosa media naranja. ¿Existimos incompletos, andamos por la vida sin esa mitad, sin un pedazo que nos completa y nos convierte en seres plenos? Me niego a creer que así sea. La media naranja es un concepto que me suena casi a patriarcal, a hacernos sentir menos cuando estamos solteros, a una forma de poner sobre la mesa el discurso que solo cuando estamos de a dos, somos parte de la sociedad. Eso obligaría a conformarse, a entregarse a relaciones que pueden no ser tan buenas, pero que nos convierten en par. Muchas veces me ha caído mal la gente que habla en “nosotros”, para referirse a ellos mismos. “Con el gordo no nos gustan las papas fritas. A nosotros nos gusta el arroz. Nosotros no conocemos Europa, queremos ir alguna vez”. Sí, es rico hacerle saber al mundo que caminas de la mano con alguien, pero… y si ya no está esa persona, ¿cómo te defines?
No creo en la media naranja
No creo en la media naranja. He llegado a los 43 años sin encontrar a alguien que calce perfectamente en esos bordes complicados donde el amor se acaba. No he encontrado a alguien que entienda que la rutina me mata un poquito cada día. Que no me mire extraño porque cada mañana tomo un camino diferente, porque repetir una ruta me ahoga.
No he descubierto a alguien que quiera bailar conmigo, aunque baile mal, solo para reírnos. Después de un tiempo, cuando se acaba la novedad, las rarezas que conquistan se van gastando y solo quedan convertidas en mañas y razones para iniciar peleas. No hay muchas personas que entiendan que es necesario tiempo a solas. Que esos espacios no son compartibles, y lo toman como una falta de amor, por no dejarlos entrar en una parte que es propia y única. Así, el amor se confunde con esa mala idea de la media naranja, donde hay que ceder espacios, entregar el corazón y la cabeza, ceder y convertirlo todo en algo de los dos; como si querer pasarlo bien a solas, fuese una traición digna de reproche.
El amor no debería ser eso. Debería haber un lugar para cada uno, donde nos podamos refugiar sabiendo que nadie más llega hasta ahí. Después de todo, nos enamoramos de la independencia de otro, y luego piden que esa capacidad sea entregada en sacrificio como muestra de amor. Y simplemente, no creo que eso sea amar de verdad. Pedir que el otro cambie nunca lo ha sido.
Sí creo intensamente en el alma gemela. Pero lo que me preocupa, o me sorprende, es que cada vez encuentro más almas semi gemelas en mis amigos. En esas personas donde el amor de pareja no es un interés, parecen encontrarse más espacios para verse reflejado. Hace unos días, una galleta de la fortuna me dijo que la amistad es el verdadero espejo. Y eso sí lo creo. Con los amigos donde no existe la tensión sexual, se encuentra ese espacio perfecto para verse reflejado, y aprender de lo bueno y lo malo que tenemos.
No sé si existe el alma gemela, pero se siente algo muy similar al concepto cuando hablo con mis amigos más cercanos. Hace unos días, pasé horas caminando y conversando con un alma gemela nueva. Pasearse por los recuerdos de otro, por sus ideas, sus amores y odios; sus neurosis y reconocerse en ellas, es una forma también de amar; pero del modo menos sexual existente. Las amistades que han pasado años de pruebas. Las que te han recogido del piso después de un fracaso. El alma gemela está ahí, en esos amigos incondicionales que son capaces de frenarte, cuestionarte, celebrarte sin juzgar. Lo que hoy me atemoriza, es que esa alma gemela vaya a estar siempre ahí, en mis amigos. ¿No va a llegar nunca el alma gemela de la que me pueda enamorar? ¿No debería estar ese amor a la vuelta de la esquina?