Resulta que el «ghosting» no funciona. O al menos, Mauricio tiene inmunidad a las pataletas femeninas. Ok, estuvo casado y quizás por eso cree que conoce a las mujeres y debe decir «si la dejo tranquila se le quita y me llama».
Esa es mi nueva idea. Está combatiendo mi ghosting, con extra ghosting. Qué agote. Qué pasó con esos gloriosos años en que los hombres eran más honestos y decían «te lo agradezco, pero no» o lo disfrazaban con un «no eres tú, soy yo» y una quedaba soltera y más encima, convencida que necesitaba ayuda psiquiátrica en caso de querer emparejarse y/o aparearse.
Sólo para quedarme tranquila, me llamó desde el teléfono de la oficina al celular. Sí, suena. No es que esté malo. Es decir, si quisiera hablar, podría.
Abro Happn. Lo cierro porque no tengo ganas de mentirle a nadie.
Salgo, camino, compro dos botellas de vino, tomo un taxi y me voy al departamento de Mauricio. Las cosas no pueden empeorar.
El conserje me abre la puerta y cual ladrona paso saludando, fingiendo que hablo por teléfono. Adrenalina a mil. Nadie me detiene y en el ascensor, recién pienso: «¿qué voy a decirle?»
Toco el timbre y me abre en buzo y polera rota.
Le paso las botellas y entro.
– No me voy de acá hasta que me expliques con peras y manzanas por qué no estamos juntos.