Hace unos días, estaba viendo el diario y me encontré con una noticia sobre una app, para buscar el amor, que está hecha exclusivamente para quienes son partidarios del Presidente Trump en Estados Unidos. Se lo mostré a un amigo y me dijo “qué buena, te ahorras al tiro un par de peleas en las primeras citas”.
Y yo, que nací para alegar, le dije que no hay nada más entretenido que tener puntos de vista diferentes con quienes son tus cercanos. El punto es qué tan distintos podemos ser con quien amamos, o cuánto resiste el hielo sobre el que estamos de pie.
Creo que estar en pareja es un acto de fe. Es pararse sobre una laguna que está congelada y quedarse ahí, de pie juntos, esperando que ese hielo no se derrita, no se rompa, no sea afectado por el calor, no se trice, no tenga fracturas que no vemos. Ese hielo a veces no resiste y nos hundimos y se acabó la relación.
Otras veces alguno se retira por temor a la fragilidad de ese hielo. A veces el hielo tiene grietas visibles y ambos se retiran antes de romperlo. Estar sobre ese hielo es para mi la mejor forma de reflejar lo valiente que hay que ser para amar. Es entregarse a vivir un riesgo juntos. Y hoy creo que hay más peros que nunca, que se piensan antes de ponerse sobre esa superficie que no es infalible.
Vuelvo a la app para gente que piensa políticamente de forma similar. Sí, sería todo más sencillo enamorarse de gente que piensa como uno. Pero cuando el corazón quiere a alguien, al menos en mi caso, es bien ciego a circunstancias y razones. No aplicamos filtro “edad, estatura, ideas políticas, afinidad con los perritos” sino que nos vamos enganchando. Del sentido del humor, de las miradas, de los silencios, de la forma en que el otro actúa y que lo convierte en alguien interesante. Yo me engancho así, sin querer, conociendo gente, y de repente me voy fijando en detalles.
De pronto me doy cuenta que espero que me hable. A veces me pongo nerviosa antes de encontrarnos. Y zas, me diagnostico. Aquí hay interés, hay mariposas que desordenan todo, hay hormonas como peta zetas. No tengo la capacidad de racionalizar lo que me gusta. Por supuesto que hay actitudes que me apagan todo; hoy, y gracias al ensayo y error, ya sé que es un requisito que la otra persona le gusten los perros, para que pueda circular por mi vida. Creo que el resto se aprende.
Soy mamá de una niña con Síndrome de Down y no ando buscando por la vida un hombre inclusivo. De hecho, valoro tanto cuando ella no es tema, cuando me preguntan desde el desconocimiento más que desde la mirada “yo sé lo que vives”, porque nadie sabe lo que vive el otro, aunque te lo cuente con lujo de detalles. Así, creo que es mucho mejor aprender a conocer juntos lo que el otro piensa, antes que formatearse en contra, por el solo hecho de venir de ideas preconcebidas que son distintas.
Hace un tiempo, en etapa de conquista, C. me dijo que a él le encantan las personas con Síndrome de Down y que junto a su hijo, han pensado en adoptar una niña “así”, por el amor que entregan. Yo, me reí. No me dio para enojarme, pero le sugerí que si busca amor, adopte un perro. Y desde mi pesadez, empezamos a hablar de mi hija y su condición. Empecé a explicarle que tener trisonomía 21 no es sinónimo de angelito, como muchos piensan. Esa vez, quise tirar el celular al baño y no volver a escucharlo. Pero entendí que de bloquear personas por este tipo de desencuentro, estaría cayendo en una idea tipo la app para fans de Trump. No quiero encontrar a alguien igual a mi. De hecho, mi actual interés amoroso no concretado es muy opuesto a mi; pero lo admiro y me interesa conversar sobre lo que no estamos de acuerdo. ¿Es un error? No sé. En amor no hay recetas de éxito ni filtros en aplicaciones que garanticen nada. Solo puedo decir, que quiero pasar el resto de mi vida con alguien que no me responda automáticamente “sí, querida”.
Quiero siempre estar con las defensas alertas para una buena pelea que termine en reconciliación.