Estamos en febrero y el amor, más que nunca, flota en el aire. El 14F está ahí, a la vuelta de la esquina, mirando con desdén a quienes no tenemos tan claro el status actual de la vida en pareja.
Lo digo, porque a veces definir es complicado. Etiquetar “lo que somos” es un ejercicio casi suicida para quienes nos quedamos pegados en la letra chica. En esa definición se establecen derechos de propiedad, límites, accesos, privilegios… y pérdida de libertad. Eso es una relación de pareja, aunque sea impopular decirlo. Es dejar de ser uno mismo y transformarse en parte de algo, de alguien. Es una fusión donde se gana y se pierde. Es obligarse un poco a calzar con otro. A ceder. A sentirse a veces que te falta una parte tuya que extrañas.
No estoy contra las relaciones de pareja; todo lo contrario. El punto es que con el paso del tiempo, reviso las relaciones que he tenido, y siempre hay una parte de mi -a veces más grande, otras más pequeña- que se pierde. Estar con alguien es cotidianeidad. Es compartir el baño, es ir a un cumpleaños de alguien que jamás sería tu amigo pero que llegó de rebote a tu mundo; es escuchar en el auto una canción que cambiarías, pero que debes dejar porque el otro la ama. Es cierto: en esas negociaciones diarias hay amor, hay empatía, hay un compromiso. Se teje la promesa de estar juntos en las buenas y en las malas; en los momentos que la canción que suena la odias, pero sabes que ya viene la que te gusta.
Mientras más pienso en esto, más me asusto. Me gusta mucho quién soy y lo paso muy bien conmigo. Me encanta poder decir que cada día elijo caminar por la calle que quiero y sigo siendo yo; estoy orgullosa de no estar cediendo nada a nadie. Mis espacios se ocupan con lo que quiero, y la persona que está conmigo debería entender que muchas veces cedí, miles me disfracé de quien querían que yo fuera. Hoy soy quien siempre quise ser. No estoy dispuesta a pasar tiempo tratando que una suegra me acepte. No permito que elijan por mi. Ya caminé ese camino y no es el mío.
¿Egoísta? ¿Intransigente? No sé. Hay espacio para alguien, pero alguien que entienda. Que ni por muy mino que sea, voy a decir que me gusta el trekking. Que sepa que la serie de Netflix la voy a terminar aunque él no esté. Que no me mire raro por querer leer una hora y no hablar. Que entienda mi necesidad de un espacio propio, dentro de mi, donde nadie entra ni nadie cabe. Que asuma que esto soy: que sus amigos le van a decir que no lo quiero porque no cedo. Pero el amor para mi está en otras declaraciones. El amor consiste en elegirse. Con o sin compromisos. El amor es estar juntos y de a dos. Sin poner a prueba si “socialmente” esto funciona. ¿Amamos para nosotros o para el resto? ¿Estás conmigo para subir una foto de a dos, o porque esto funciona?
El amor me marea. Me enceguece. Me obliga a veces a pararme en el borde. Pero nunca voy a permitir que el amor sea sinónimo de la palabra que más odio: conformarse.