Por Carolina Reyes Cristi, psicóloga, Magíster en Psicología Educacional y Directora del Colegio Monteluz
En el marco de la contingencia de los últimos días, una noticia ha dejado muy sorprendidos a todos los seguidores del budismo y al resto del mundo también. Dalái Lama, en mitad de un evento del que participaba, le da un beso en la boca a un niño, para posteriormente pedirle que le chupe su lengua. Todo esto transcurre en un escenario público, frente a muchas personas y tras la risa de los participantes. Este acto, fue significado en ese momento como una “travesura”, o acto de juego del Lama hacia el niño.
Frente a este tipo de conductas, sorprende la ignorancia y la invisibilización y cosificación en el status que aún tiene hoy en día la niñez. Pese a que los derechos de los niños y todas las teorías en psicología y desarrollo emocional cada vez, reclaman la relevancia de valorar, validar y respetar a los niños como sujetos de derecho, aún predomina la visión adultocentrista, respecto de considerarlos como una propiedad de los adultos. Quienes en una posición de poder pueden “dar órdenes”, y pedirles realizar cosas, en contra de su voluntad, sin considerar su opinión, emociones y sentimientos.
Frente a esto, me pregunto, Dalái Lama, ¿le habría pedido algo así a algún adulto?, y la respuesta es que si lo hubiese hecho, lo cierto es que el adulto está en la misma posición de poder que el Monje, por lo que aumenta la probabilidad para negarse frente a una petición de este tipo.
Y es que así es entonces, que se han normalizado las prácticas de abuso sexual a lo largo de los años, donde el adulto jerárquicamente “superior”, utiliza o cosifica al niño y transgrede su voluntad, haciendo uso de ese poder.
Frente a la gravedad de esta problemática, es que se hace necesario, poder delimitar a qué nos referimos con abuso sexual y frente a esto entonces, es importante nombrar algunas conductas que son consideradas como tal, para no normalizar este tipo de actos en los diversos escenarios sociales, familiares y escolares:
Las señales de un abuso sexual
- Masturbarse en presencia del menor de edad.
- Tocar los genitales o partes íntimas.
- Penetración vaginal, oral o anal.
- Solicitar, forzar o incentivar a que el menor de edad toque las partes íntimas del adulto.
- Grabar al menor al niño o adolescente realizando actividad sexual
- Exponer al niño o adolescente a que presencie actos sexuales, con la finalidad de que el adulto pueda lograr excitación.
- Explotar comercialmente la sexualidad del menor de edad
- Exponer los órganos sexuales de un menor de edad para lograr la gratificación del adulto.
¿Cómo podemos contribuir para evitar esto?
Todas estas conductas, nos develan la prioridad y relevancia de continuar trabajando en temas de educación de la infancia. En comprender que el cuerpo de los otros no me pertenece, en internalizar la idea que los niños no son un objeto y que nosotros como adultos no tenemos poder sobre ellos, que ellos sí tienen el poder y el derecho de elegir. De sentir y de tener una voluntad propia independiente de la del adulto. El legitimar a la infancia, validando su status de niño como seres con autonomía emocional, nos obliga a tomar acciones para detener estos actos.
Educar en la mirada de la infancia desde sus derechos, es vital, educar también en empatía respecto de su mundo emocional. En el respeto y consideración a su mirada, opinión y el aceptar y respetar su voluntad de decidir.
Así con la educación y expansión de esta mirada de la niñez, “bromas traviesas e inocentes” -como se justificó el actuar del Dalai Lama-, podrán ser evitados y erradicados del actuar del mundo adulto. Dejando de transgredir e impactar en la vida emocional de los niños con secuelas que quedan de por vida.
No tenemos poder sobre los niños, no somos dueños de sus cuerpos ni de sus decisiones y no podemos seguir transgrediendo su integridad.