Por Carolina Reyes Cristi, Psicóloga, Magíster en Psicología Educacional y Directora Colegio Monteluz
Las sanciones disciplinarias consisten en castigar a los alumnos producto de haber infringido alguna norma o regla al interior de un establecimiento. Y se presentan a través de anotaciones negativas, trabajos o tareas escolares extras, suspensión de clases, notas rojas, expulsión de la sala, etc.
Esta técnica surgió a principios del siglo pasado y comenzó a utilizarse primero en laboratorio con ratas, para luego, ser aplicada en la crianza y también como método educativo en los colegios. La idea era poder establecer de qué dependía la modificación de la conducta de una persona. De esta manera, pudieron darse cuenta que si aplicaban un castigo tras un comportamiento no deseado, éste no se volvía a repetir.
El efecto de las sanciones disciplinarias en los niños
El uso excesivo de las sanciones disciplinarias, tiene como resultado que los niños aprenden a regular su conducta por temor y no por la real comprensión del valor de la autorregulación. Es decir, sólo “obedecen” porque los pueden retar, castigar, anotar o expulsar y no por el beneficio que conlleva aprender, escuchar a los otros o estar concentrados en clases.
Una de las dinámicas que ocurre cuando se abusa de las sanciones disciplinarias, es que los alumnos comienzan a acatar las normas de la clase, sólo con aquellos profesores que las aplican de manera constante. Por lo general, suelen ser profesores con estilos autoritarios, que recurren a las amenazas y gritos como “llamados de atención”. Ocurriendo así, una desvalorización de los profesores que tienen la intención de lograr acuerdos más democráticos de enseñanza.
Propongo otras maneras de educar, que son más efectivas, por ejemplo que los docentes les enseñen a los niños a reflexionar sobre su comportamiento, mostrándoles las consecuencias de sus actos. De esta manera, desde la infancia generarán empatía con su entorno y desarrollarán su inteligencia emocional. También reemplazaría las sanciones por ejercicios de autoevaluación, diálogos, conversaciones, actividades reflexivas y reparatorias.
Así, cuando un niño no cumple con lo establecido, se generar una conversación con él para ayudarlo a evaluar su propia conducta y a que pueda ser consciente de los motivos que la causó y sus consecuencias. Además se permite que deba realizar alguna actividad, acción u otra iniciativa para “reparar” el daño causado, haciéndose cargo de manera activa de su error.
Este hecho, le otorga al mismo tiempo, la posibilidad de “corregirlo” por él mismo y empoderarlo.
¿Cómo cambiar una sanción disciplinaria por una mejor acción?
De este modo, se trabaja en base a un proceso de autoevaluación, que promueve la actitud consciente y al protagonista a hacerse cargo de la misma solución:
1) ¿Qué hice? ¿Cuál fue mi error?,
2) ¿Por qué lo hice?
3) ¿Cuál fue la consecuencia?
4) ¿Cómo puedo repararlo?
Estas preguntas, pueden servir de guías para avanzar hacia un proceso más reflexivo y democrático en la regulación de la conducta al interior de los contextos escolares. Permitiendo así, avanzar en el cambio del foco, uno que no se rija desde las consecuencias externas, sino que priorice y valore la capacidad de los niños para ser gestores de su propio cambio. Siempre desde la confianza y guía en sus capacidades.