Por Carolina Reyes Cristi, Psicóloga, Magíster en Psicología Educacional y Directora Colegio Monteluz.
El estudio “Efectos emocionales y conductuales de la pandemia por COVID-19 en los niños y niñas en la Región Metropolitana”, publicada en marzo por la Revista Chilena de Psiquiatría y Neurología de la Infancia y Adolescencia, evidenció el impacto que ha tenido la pandemia en la salud mental de los estudiantes.
Según esta investigación, los síntomas que más aumentaron durante este periodo han sido: “estar triste” (24,6%), “falta de ganas incluso para hacer actividades que le gustan” (29,5%), “cambios en el apetito (comer más o tener menos hambre)”, (26,4%) y problemas para dormir (26,4%). Mientras que más frecuentes: “Irritabilidad, mal genio” (71,9%); “No obedecer” (70,7%) y “Cambios en el apetito” (72,8%).
Las consecuencias de una pandemia
A estas preocupantes cifras consecuentes de la crisis sanitaria, se le suman las características de nuestra sociedad actual. Que está caracterizada por la inmediatez, pues nos movemos a un ritmo muy veloz que ha sido subsidiado por los avances en la tecnología y la globalización.
Hoy la comunicación es instantánea y con la pandemia, ya ni siquiera tenemos que salir de nuestras casas para tener una reunión de trabajo o realizar alguna gestión que antes, se llevaba a cabo de manera presencial.
Este ritmo ha provocado mayores niveles de autoexigencia, puesto que debemos rendir mejor y más rápido, producir en el menor tiempo-costo posible y cumplir una serie de multiroles tanto en el trabajo como en nuestro hogar.
En mi experiencia como psicóloga, he visto cómo muchas madres y padres (sin malas intenciones), han desarrollado una crianza exitista, presionando a sus hijos para que obtengan “los mejores” resultados en el colegio y poniendo expectativas idealizadas en ellos. Este sistema, trae como consecuencia que se valore el resultado, por sobre el esfuerzo, la dedicación y el compromiso.
Una dura exigencia en los niños
Lamentablemente este fenómeno, muy propio del mundo laboral, también lo ha instaurado el sistema escolar. Pese a que desde el año pasado nos hemos tenido que adaptar a una “nueva normalidad”, marcada por el confinamiento y cambios significativos en nuestras rutinas.
Los colegios continúan con sus planes de estudio y horarios rígidos, sometiendo a los alumnos a extensas jornadas donde pasan la mayor parte del tiempo sentados frente a un computador. Con pocas horas dedicadas al bienestar, la distracción o la reflexión, que son prácticas tan necesarias para contribuir en su bienestar emocional.
En consecuencia, tenemos a madres y padres, que, creyendo que es lo mejor para sus hijos, les exigen notas sobre 6.0, hábitos de estudios diarios y resultados académicos. Marcado por un discurso constante y repetitivo, que sólo genera una desconexión tremenda con el aprendizaje, convirtiéndolo en un deber sólo para cumplir.
Esta dinámica puede desencadenar problemas en la salud mental de los niños y jóvenes, como por ejemplo: estrés, inseguridades y baja autoestima. Ya que se acostumbrarán a ser valorados, validados y aceptados por su rendimiento y no por sus reales capacidades. También pueden desarrollar cuadros ansiosos, trastornos del sueño, bruxismo, baja tolerancia a la frustración, crisis de angustia y cuadros depresivos.
Considerando estos impactos, es importante que los padres y madres tomen conciencia del problema que esto puede acarrear y salir del “piloto automático” impuesto por el ritmo de vida actual.
Junto con esto, hacerse cargo de los propios miedos y aprehensiones que alimentan la sobreexigencia hacia los hijos, con preguntas tales como:
1. ¿Por qué le exijo tanto?, ¿qué es lo que busco al exigirle?
2. ¿Cuáles son las expectativas que tengo con mi hijo? , ¿son idealizadas?
3. ¿Qué significa para mí que le vaya bien en la vida?
4. ¿Qué pasaría si dejo de sobreexigir y comienzo a centrarme en cómo se siente?
En complemento con estas reflexiones, es importante, establecer espacios de diálogo y encuentro con los hijos. Instaurando conversaciones respecto de sus propias opiniones, pensamientos y percepciones respecto del aprendizaje, de su colegio, sus profesores, compañeros. Pudiendo así acceder a su mundo interno y desde ahí, conectar con ellos, estableciendo tratos, acuerdos y ayudándolos a establecer metas conjuntas respecto de sus aprendizajes para mejorar su salud mental.