Por Carolina Reyes Cristi, Psicóloga, Magíster en Psicología Educacional y Directora Colegio Monteluz.
Recuerdo que en mis años de infancia, estar aburrida sólo se solucionaba con una idea que surgía desde este mismo estado o también, con salir a la calle y jugar con los amigos del barrio.
Hoy, en plena sociedad de la información, tuvimos un abrupto cambio en cómo se entretienen los más pequeños, ya que desgraciadamente, “las pantallas se transformaron en el chupete del siglo XXI”. Esta frase tan certera que leí la otra vez, define muy claro esta analogía, ya que el chupete, que es un objeto fabricado para calmar a los bebés cuando les ocurre algo que no sabemos qué es. Produce el efecto deseado: tranquilizarlos y que se queden en silencio.
Con la llegada de la pandemia, el uso de las pantallas se acrecentó y agravó. Debido a que niños y adultos estuvieron encerrados, teniendo que compartir obligatoriamente espacios en común 24/7. Por este motivo, su uso se transformó en el recurso más “efectivo” utilizado para callar a un niño, mantenerlo concentrado y que no “moleste” a sus padres en su labores de teletrabajo y tareas domésticas. Si bien, el encierro que como padres tuvimos que enfrentar sin redes de apoyo, significó un tremendo estresor como cuidadores. Lo importante acá es no continuar con el abuso de éstas para la regulación de nuestros hijos.
El problema del abuso a las pantallas
Me preocupa que esta práctica se mantenga en el tiempo, por las consecuencias que tienen para el desarrollo cognitivo y socioemocional de las personas. Por ejemplo, cada vez es más común observar bebés frente a una pantalla y el problema de esto, es que exponerlos a un televisor o un celular antes de los 18 meses, puede producir efectos en el sueño, en la capacidad de atención, el lenguaje, la lectura y la memoria a corto plazo.
Si bien, en el caso de los niños, el cerebro logra comprender los contenidos, las pantallas generan las mismas consecuencias, así como también irritabilidad, cambios de humor y una dependencia a ésta. ¿Cómo los padres nos podemos dar cuenta? en el aburrimiento que manifiestan cuando no están frente a las pantallas, sumado a una preocupante falta de ideas y creatividad para generar otras instancias de juego, entretención y disfrute.
El problema de esta adicción familiar digital, es que ha generado una dinámica de triple dependencia:
Adultos que no pueden despegarse de sus celulares
Adultos que abusan del uso de las pantallas para calmar a sus hijos.
Y como consecuencia de esto; los niños terminan dependiendo de éstas.
Lo que sugiero…
- Limitar su uso en ciertos horarios y momentos del día, nunca bajo el criterio de calmarlos, o como una herramienta que reemplace momentos de creatividad y diversión.
- Como padres, tenemos también el deber de dejar los celulares guardados y aprovechar el tiempo en familia de manera presencial e interactiva, sin que haya una pantalla.
- Crear instancias para salir al aire libre, caminar, andar en bicicleta, ir a la plaza, buscar momentos de creatividad colectiva, lectura y de conexión.
Sólo así, podremos mejorar la salud emocional de nuestros hijos, en esta era pandémica digital.
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